Crítica y Verdad
Ciertamente, la crítica es una lectura profunda (o mejor dicho, perfilada); descubre en la obra cierto inteligible y en ello, es verdad, descifra y participa de una interpretación.
Roland Barthes
Ejercer la crítica es un acto verdadero de revolución,
de insubordinación y de emancipación. Siendo hijo de la pedagogía de la
liberación como ideología ético-social y de la pedagogía crítica como método de
intervención educativo, he sido un acérrimo confrontador de las actitudes y
tendencias esnobistas que en lugar de promover el ejercicio del despertar
crítico de la conciencia en la literatura, lo que han resuelto es el
subjetivismo, el facilismo y la pereza mental. Hablo de esa exagerada propensión
de los jóvenes por ir contra corriente sin poseer el más mínimo desarrollo del
conocimiento frente aquello que atacan.
Esta característica no es un tumor que afectó a la
juventud del siglo XXI, mi generación sufrió de ese malestar y la generación de
mis padres la promovieron hasta con armas, con esto quiero decir que la
rebeldía es un ciclo que hace parte del desarrollo humano y que está bien si
este consigue dar con las herramientas críticas para fomentar cambios
verdaderos, sin estas, la rebeldía se convierte en un acto inmaduro superfluo,
baladí y pasajero. Desde la psicología podemos advertir que este periodo de
parricidio o de deicidio es común a todo ser humano, es necesario. Lo alarmante
es que ahora los jóvenes se han convertido en adultos carentes de esa madurez
lógica y de esa capacidad de criticidad auténtica.
Esta falsa rebeldía que promueve modas y tendencias superfluas es generada muchas veces por el mismo statu quo. Quiero traer a colación la opinión contundente que en su momento le dio Manuel Zapata Olivella al nadaísmo y que sirven para reflexionar sobre los fenómenos actuales:
"Repitámoslo: el Nadaísmo es la otra cara del tradicionalismo burgués, una farsa alimentada por las clases dominantes, por sus periódicos y por sus salones; es una actitud de falsa rebeldía, que por desgracia ha confundido a mucha juventud con inclinaciones avanzadas. El confundirla le conviene a esta misma burguesía".
Escribir literatura no es un acto creativo simplemente,
ni se define como la expresión de meras intenciones personales. Decir que todo
es literario o poético es propender por la justificación y aprobación de una falacia.
Hoy por hoy el daño está hecho; el poema se ha convertido en una chisporroteante
verborrea conversacional que pretende una falsa independencia del supuesto
encasillamiento y estancamiento en el que ha caído la literatura “tradicional”.
Para sustentar con valores epistemológicos las publicaciones, los jóvenes poetas
echan mano de la cultura de masas que tiene sus mejores representantes en el grafiti,
el cine, la música, el comic, la pintura, etc., para argumentar fusiones
artísticas capaces de incidir en la sociedad. Tales propuestas que generalmente
logran cautivar y causar un interés mediático dependen esencialmente del favor
publicista.
En este sentido Fernando González Ochoa no se
equivocó, los poetas colombianos dejaron de ser poetas para convertirse en
publicistas:
“—¡Tiene razón! ¡Tiene razón! Todos somos aquí
publicistas: poesía, filosofía, pintura, escultura, santidad pu-bli-ci-ta-ria.
Todos somos poetas-periodistas y putas periodistas”.
Los poetas colombianos tenemos que apostar por la
agonía, por el vértigo y superar el miedo a la nada o la presencia, sólo
entonces alcanzaremos una contemplación capaz de revelar.
Yo apuesto por la crítica, oficio desmesurado en
enemigos y detractores; cuando Alejo Morales enciende su verso contra los
críticos, consigue exhibir la putrefacción en la que ha caído la literatura
colombiana.
“Cuando los críticos literarios se conviertan en
senadores
abolirán la palabra muerte de los diccionarios,
por provocar manchas en la piel de quien las pronuncia
y prender la pupila de Dios
como si fuera una mariquita”.
El ejercicio de la crítica literaria se ha degenerado
a tal punto que ha pasado a convertirse en adorno o etiqueta de jurados y
profesores.
Las arremetidas de Alejo Morales en su poemario,
Labios que están por abrirse, no logra hablar de algo nuevo respecto a la
crítica, pero sí consigue denunciar el empobrecimiento que viene presentando la
literatura en Colombia. Valoro este tipo de arrojo con el que el poeta denuncia
que en Colombia se “regula el consumo de la poesía”. Este racionamiento de
conocimiento, estrategia para mantener el analfabetismo, ha funcionado para
imponer y formar un modelo de ciudadano: pudoroso, temeroso, moralista,
refinado, conformista, obediente.
Y esta confabulación sociológica ha permeado el
verdadero sentido de la rebeldía juvenil. Los jóvenes creen que están rebelándose
contra el sistema, que están dando con fórmulas nuevas e innovadoras y cuando
se les crítica por su falta de lecturas o de conocimientos, alegan por la
espontaneidad, la diversidad, la intuición y una cantidad de derechos que solo dejan
entrever el desesperado propósito por validar cualquier cosa como original.
Cesar Aira en su libro Evasión y otros ensayos afirma
que la técnica quizás única para escribir ensayo está basada en el formato A y B:
“Quiero hablar de la elección de tema del ensayo a
partir de una estrategia particular, no difícil de detectar porque suele quedar
declarada en el título: me refiero a los dos términos conjugados, A y B: «La
muralla y los libros», «Las palabras y las cosas», «La sociedad abierta y sus
enemigos». Es un formato muy común, y sospecho que no hay otro, aunque se lo
disimule”.
Teniendo en cuenta esta opinión he querido utilizar el
título que Barthes dio a su ensayo publicado en 1966 para comenzar una reflexión
necesaria frente al fenómeno poético en Colombia.
Considero que al hacer crítica se busca la verdad, las
siguientes estancias son el resultado de un largo examen a la historia de la poesía
colombiana, permítase el lector una lectura sin prejuicios de estas
valoraciones, quizá encuentre en ellas algo que permita nuevas interpretaciones
o desarrollo de conocimientos.
Sobre los cambios
de voz de la poesía en Colombia
En Colombia no existió y no ha existido, hasta el
momento, la ruptura de grupos dentro de la historia, lo que se ha venido
observando es la erupción de diferentes conjuntos aunados a particulares
períodos de tiempo; movimientos que promovieron formas sólidas para poder perpetuase, a través del pasar de los años como unidades o estirpes poéticas.
Esto y no la clasificación de escuelas o voces es lo que desde la más remota
edad de nuestra poesía se ha venido presentando y se sigue manteniendo.
Los cambios de voz, que congregan los cambios
generacionales, los conjuntos o estirpes poéticas que se dan en cada período histórico,
son una evolución del tono de una lengua que devela la madurez de la
significación con que cuenta esta para poder comunicar. Colombia, sólo ha
contado con cinco voces totalmente diferenciadas entre sí: la primera, que se
incubó en el alma de los indígenas, dicha voz plasmaba metafóricamente la comunicación
oral de los originarios habitantes para explicar los fenómenos del universo; la
segunda, que se basó en la imposición colonialista de los españoles y que
instituyó su barroquismo y ritmo propio: fue la voz que exageró con el léxico
para dar cuenta de la realidad; la tercera, que se urdió en el alma criolla,
entre las balas y la clandestinidad y que exploró el injerto de dos culturas
dando a luz nuevos neologismos que sirvieron para nombrar por primera vez
muchas cosas, mitificó el romanticismo, sin embargo, esta, precariamente sirvió
para comunicar costumbres antes que sentires y desde su lúcida revolución
adaptó los equipamientos creados por la cultura europea tan sólo para narrar
melancólicamente la vida de su tiempo; la cuarta, en cambio, promocionó la
beligerancia melódica de las eufonías americanas y rompió indudablemente con la
tradición impuesta por los europeos; fue la voz modernista, la voz, a pesar de
todo, equiparada excesivamente con palabras esperpénticas y que sobrevivió poco
ante el nacimiento de la quinta, que finalmente ha trascendido hasta nuestros
días en un postmodernismo versolibrista y eufónico que ha venido luchando
contra los cánones de toda la legitimación poética de los modernos. El
postmodernismo o la quinta voz, olvidó los ataviados retoques de los decadentes
y votó por la búsqueda de la poesía pura anclada en las imágenes, en las
sensaciones, en la armonía completa de la forma y en el contenido visual del
poema a través del lenguaje cotidiano, o sea, esa poesía sugerente y mística
indudablemente perteneciente, todavía, a todos nuestros contemporáneos y que al
parecer, recién está comenzando su declive.
Línea del
tiempo de los movimientos poéticos de Colombia
En Colombia los movimientos poéticos han venido
evolucionado como una ola, en ciertos momentos ha tenido tonos de elevación y
en otros momentos históricos los tonos que han caracterizado determinado
periodo ha sido menos poderosos o formidables; a estos tonos que no nacen con
el ánimo de truncar el desarrollo de la poesía se les puede llamar tonos de
transición, ya que gracias a ellos, y a la crisis en la que entra la poesía en
ese momento, es como se consigue la elevación y descubrimiento de nuevas formas de originalidad
y esteticismo. No obstante, en esta línea
de tiempo es claro advertir el cisma poético que se dio a mediados del siglo
XX.
Si atendemos a esta teoría, el romanticismo, los
centenaristas, los piedracielistas, los nadaistas, la generación invisible y
los auténticos extraviados han sido tonos de transición. En cambio el registro indígena,
el modernismo, los Nuevos, Cántico, Mito, la generación desencantada y los
anunciantes han pertenecido a los tonos elevados. Las características principales
del tono elevado se resumen en prolijidad en poemarios con calidad y
trascendencia, grandes poetas, y propuestas de cambio rotundas para el país. Lo
interesante de este estudio es que la línea pronostica que se viene un tono
elevado, que son los jóvenes de la segunda y tercera década del siglo XXI
quienes dotarán al país con un tono trascendental.
En los tonos de transición es claro observar que los
poetas más representativos demuestran crisis, y que han servido para que los
tonos elevados puedan generarse.
Las 4 últimas
generaciones y la apuesta por el futuro
Tres momentos para reflexionar de la poesía colombiana en el siglo XX
El siglo veinte comienza con la poesía de provincia del tuerto López y termina con otro poemario de provincia escrito por Andrea Cote, entre estos dos autores otros dos grandes poemarios de provincia marcaran cambios rotundos, Aurelio Arturo por un lado que habiendo publicado sus poemas de manera individual desde mucho antes sólo hasta 1963 se daría a la luz el libro completo y por el otro lado el gran Raúl Gómez Jattin con su poemario tropical publicado en 1981.
Lo más sobresaliente de estos poemarios, de sus poetas y de su año de publicación radica en lo original, lo magistral e innovador que supusieron para la época cada uno de los trabajos poéticos que si se estudian con detenimiento siguen siendo tan actuales y frescos como si se hubiesen publicado en el 2021.
En negrilla aparecen mis preferidos, en cursiva a los que tengo en un gran novel y en estilo de fuente regular a los que considero deben estar de todas maneras mencionados.