Las pinturas están representadas por Juan Pablo Plata.
Es su obra, entonces, el portal más generoso para desfogar los demonios que su cuerpo enjaulado a la angustia del desastre le mantiene.
No sólo se observa en la obra pictórica de Marcelo una necesidad terapéutica para mitigar las pesadillas del dolor tal y como lo supuso para Edvard Munch, Frida Kahlo, Vassily Kandinsky, Camille Claudel, Toulouse-Lautrec o Rembrandt sino que observamos la clara catarsis de un instinto del cuerpo que tiene que ver con la actividad apremiante del organismo como máquina que necesita ejercitarse, sentirse viva, sin miedo a la quiebra o la grieta constante.
Sentir que el cuerpo debe estar atado, que el mínimo sacudir puede empujar un milímetro a aquella bala que se lleva en la cabeza para sacar al hombre de un santiamén de este mundo, es lo que aterra. Aferrarse no con el conformismo del que ha sido paralizado sino de aquel que tiene que paralizarse para mantenerse vivo es lo que afecta.
No obstante el alma, desesperada por saltar, por sudar, por probar el mundo desasosegadamente, le da a Marcelo, a través de la pintura, la clave perfecta para desatar al demonio o al hombre mismo que necesita de la acción para sentir ese vacío que sólo se produce en los columpios constantes de la vida.
Por eso insisto que en la obra pictórica de Marcelo no asistimos solamente a un ajuste de purificación como el realizado por los grandes adolecidos sino que entramos a ser espectadores y a la vez a ser vistos por ese demonio desatado que a veces sólo es una horda de ojos que nos atacan y que en otras ocasiones es el dios que nos permite presenciar los sacrificios.
El demonio de Marcelo es fácilmente identificable y tiene que ver con otra entidad asombrosa de los japoneses y que está muy bien descrita en el manga de “Bleach”. En este manga tan repleto de deidades se nos refiere la existencia de unas almas caídas que con gran poder de resistencia al “hueco mundo”, comienzan a evolucionar hasta convertirse en grandes monstruos; una de esas etapas en estas ánimas es el ciclo de los llamados “Menos grandes” o Gillian; auténticos gigantes que mantienen entre todos un mismo aspecto; figura humanoide alargada, cubierta por un manto negro que sólo deja al descubierto las huesudas manos de uñas afiladas y que usan una máscara similar a una calavera humana, pero con una pronunciada nariz picuda.
Esta figura, sólo perteneciente a la mitología japonesa, es a mi modo de ver, y revolviendo dos conceptos legendarios, el Bijū de Marcelo.
Las obras más antiguas que se presentan en esta exposición datan del año 2007 y en ellas podemos apreciar la noción de creación de un universo adolorido, pero más allá de eso se percibe el esbozo de unos personajes internos que van tomando una forma más definida a medida que pasan los años.
En la obra “Tóxico 1” del 2007 podemos ver claramente un borrador de las criaturas que más adelante serán a los Gillian y que se convertirán en las grandes figuras de la obra “Venganza” del 2009, de “Cirujanos” del 2010 o de “Arcano” del 2013 por citar sólo algunos.
Los Gillian aparecen en muchas otras, del 2007 y 2008 como por ejemplo en: “Lucha interna” “Apocalipsis”, “Memoria del río”, “Ofrenda”, “Subterráneo”, “Indigenista” o “Prisioneros”.
Arcano |
Fausto Marcelo Ávila es un polímata que ha
logrado un estilo muy íntimo desde cada una de las expresiones en las que ha
desatado su alma. La sensibilidad tan presente en cada una de sus obras difiere
en gran medida con el hombre que se mantiene atento a cualquier mínimo cambio
de sus estados anímicos.
Es su obra, entonces, el portal más generoso para desfogar los demonios que su cuerpo enjaulado a la angustia del desastre le mantiene.
No sólo se observa en la obra pictórica de Marcelo una necesidad terapéutica para mitigar las pesadillas del dolor tal y como lo supuso para Edvard Munch, Frida Kahlo, Vassily Kandinsky, Camille Claudel, Toulouse-Lautrec o Rembrandt sino que observamos la clara catarsis de un instinto del cuerpo que tiene que ver con la actividad apremiante del organismo como máquina que necesita ejercitarse, sentirse viva, sin miedo a la quiebra o la grieta constante.
Sentir que el cuerpo debe estar atado, que el mínimo sacudir puede empujar un milímetro a aquella bala que se lleva en la cabeza para sacar al hombre de un santiamén de este mundo, es lo que aterra. Aferrarse no con el conformismo del que ha sido paralizado sino de aquel que tiene que paralizarse para mantenerse vivo es lo que afecta.
No obstante el alma, desesperada por saltar, por sudar, por probar el mundo desasosegadamente, le da a Marcelo, a través de la pintura, la clave perfecta para desatar al demonio o al hombre mismo que necesita de la acción para sentir ese vacío que sólo se produce en los columpios constantes de la vida.
Paranoia |
En la mitología japonesa existe una
cantidad de entidades y concepciones maravillosas que hacen posible el
entendimiento del desate de la energía vital; una de estas fantasías memorables
tiene que ver con el control de los Chakras. En el manga de “Naruto”, hay monstruos
de Chakras que sólo ciertos humanos con cualidades especiales pueden sellar,
contener dentro de su cuerpo para que no escapen como demonios y arrasen con el
mundo. Los Jinchūriki, personas con el poder de hacer este sacrificio humano
sellan al “Bijū” o “monstruo de Chakras” y aprenden a controlarlo y utilizarlo.
Esto supone la vida de Marcelo quien logra exponer su Bijū a través de la
pintura.
Por eso insisto que en la obra pictórica de Marcelo no asistimos solamente a un ajuste de purificación como el realizado por los grandes adolecidos sino que entramos a ser espectadores y a la vez a ser vistos por ese demonio desatado que a veces sólo es una horda de ojos que nos atacan y que en otras ocasiones es el dios que nos permite presenciar los sacrificios.
El demonio de Marcelo es fácilmente identificable y tiene que ver con otra entidad asombrosa de los japoneses y que está muy bien descrita en el manga de “Bleach”. En este manga tan repleto de deidades se nos refiere la existencia de unas almas caídas que con gran poder de resistencia al “hueco mundo”, comienzan a evolucionar hasta convertirse en grandes monstruos; una de esas etapas en estas ánimas es el ciclo de los llamados “Menos grandes” o Gillian; auténticos gigantes que mantienen entre todos un mismo aspecto; figura humanoide alargada, cubierta por un manto negro que sólo deja al descubierto las huesudas manos de uñas afiladas y que usan una máscara similar a una calavera humana, pero con una pronunciada nariz picuda.
Esta figura, sólo perteneciente a la mitología japonesa, es a mi modo de ver, y revolviendo dos conceptos legendarios, el Bijū de Marcelo.
Lucha interna |
De las 49 obras que presenta su catálogo: “Los
colores del dolor, y otras variaciones”, un gran porcentaje de ellas está signado
por una serie de personajes increíblemente parecidos a los Gillian.
Las obras más antiguas que se presentan en esta exposición datan del año 2007 y en ellas podemos apreciar la noción de creación de un universo adolorido, pero más allá de eso se percibe el esbozo de unos personajes internos que van tomando una forma más definida a medida que pasan los años.
En la obra “Tóxico 1” del 2007 podemos ver claramente un borrador de las criaturas que más adelante serán a los Gillian y que se convertirán en las grandes figuras de la obra “Venganza” del 2009, de “Cirujanos” del 2010 o de “Arcano” del 2013 por citar sólo algunos.
Los Gillian aparecen en muchas otras, del 2007 y 2008 como por ejemplo en: “Lucha interna” “Apocalipsis”, “Memoria del río”, “Ofrenda”, “Subterráneo”, “Indigenista” o “Prisioneros”.
Lucha interna |
La interpretación y el estudio del dolor es
una premisa constante en la obra pictórica de Marcelo, su cercanía con la cosmovisión
de muerte mexicana, con los rituales y los patrones inquebrantables que se dan
en lo tanático y la gama cerrada de los colores del padecimiento como lo son el
rojo, el negro, el amarillo ocre junto al azul rey pueden ser temas imperativos
a la hora de estudiar al pintor. Pero es
a través de ese enfrentamiento entre la energía vital y la fragilidad física
donde observo lo mejor de este Gillian colombiano que desde “la agitada versión
del dolor incurable y el incontrolable espasmo de la fragilidad” ha logrado salvarnos
de sus propios pequeños dioses de la muerte. Dioses de la muerte que nos es
posible apreciar sin miedo, ahora, en sus cuadros.
Otras miradas |
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