26 junio 2011

UNA INSTANTÁNEA A HÉCTOR ROJAS HERAZO




He ojeado y hojeado, he leído, he hecho lecturas a vuelo de pájaro, he intentado de alguna forma saciar mi adicción por la literatura. Esta me ha dado momentos felices, me ha otorgado personajes admirables, figuras fantasmagóricas que mantengo con cariño en mi memoria por su sapiencia, por su humor, por su ironía, por su monstruosidad.
Como los cuentos, ciertos escritores han pasado a ser personajes fantásticos del libro de mi memoria. Así como otros nombran con gusto El hombre sin atributos, Cien años de soledad o Ficciones como libros emblemáticos de su aprendizaje literario, así como algunos nombran a Borges, a Bierce, a Li po o a Valery como personajes excéntricos que convirtieron sus vidas en ficción, en leyenda, a mí también me gusta nombrar mis piezas de museo con cierta satisfacción de descubridor de tesoros.
La sonrisa se me sale no tanto por el juego de abalorios que comienzo en cada conversación sino por el listado siniestro que a veces suelto a diestra y siniestra como si se tratara de dioses prohibidos o perdidos que es necesario dar a conocer. Los autores apócrifos, los autores raros que no pertenecen al listado de los inmortales de la literatura universal pero que han  logrado una influencia similar y a veces mucho más avasalladora que la de los mismos homeros de ese gremio tutelar conviven con ternura entre mi biblioteca.
Mi miscelánea es pequeña pero suficiente, de ellos he logrado captar maravillas que han sostenido mi locura, mi existencia, mi experiencia, comulgo con ellos porque en ellos encontré íntimas y particulares señas que me advertían de mi mismo. Tal es el caso de Héctor Rojas Herazo. De este escritor colombiano, de este Walser colombiano podría generarse también un clan, un club, una cofradía que como los rosacrusistas conllevara a comerciar la literatura del genio con el tiempo.
Para mi Herazo es Borges, Vallejo y Márquez juntos, al estilo europeo estaríamos hablando de un Broch, un Trakl y un Barthes, si hablamos de Norteamérica, debo decir que entonces se trataría de un Emerson, un Bukowski y un Faulkner y para ponernos contemporáneos debo pensar que Herazo sería en la actualidad la fusión de un Bolaño, un Vila Matas y un Hierro. Así de inmenso, así de catastrófico.
Y es que lo que tiene Herazo  de grande se basa en su actitud visceral fantástica. M eexplico, su poesía denota un tono desgarrador, un lirismo que se basa en la memoria de las vísceras, sus ensayos, artículos, textos, ejercicios de escritura y demás juegos se basan en una escritura de confrontación, de riesgo, escribe con la tenacidad de alguien que se pone a monologar como un delirado pero con la travesura de un nigromante, su prosa de escritorio escapa al escritorio y se echa a andar, hay que leerlo como si se le tuviera al lado  lanzando chapucerías al mejor estilo de un encantador. Ahora falta nada más y nada menos que su prosa fantástica, sus narraciones que claudican a un estilo arcaizante de lo mágico  y lo espeluznante.
Celia se pudre o Respirando el verano son novelas emblemáticas de este narrar, que hace verosímil los actos primitivamente increíbles de los hombres de todas las épocas como si fueran artilugios.
Herazo es el buque fantasma, la gárgola oculta, el secreto mejor guardado de nuestras letras.
Cuando recién empecé a escribir, solía investigar demasiado en el punzón de los autores más representativos, buscaba una voz,  y mis escritos solían ser impersonales, traficaban con cierta omnipresencia del ausente, sin embargo fue Herazo quien me dio la clave para encontrarme con mi verdadera escritura, apenas leí esta sentencia supe lo que debía realizar para siempre:
“la prueba de fuego para quien pretenda considerarse un escritor, es escribir sobre sí mismo”
Otros lo dirían con inaudita similitud pero sus palabras fueron decisivas.
Yo me críe en un pueblito donde energúmenamente se me dieron  como por iniciación ciertos ingenios necesarios para todo artista; tuve una casa laberíntica que era la a vez un club y un hospital y a la vez un centro de actividades burocráticas y de compadrazgo, una casa que tenía al frente una fuente de tres pilas, una casa con un piso dálmata y con un solar y con un ante jardín y un cuarto de sanalejo, una casa con una entrada de reja y espaciosos patios, una casa mitológica en suma. Yo pensaba que nunca podría encontrar la forma de describir semejante paraíso, semejante crisálida hasta que me encontré con Hérazo:
“este hombre está relleno, como un chorizo sentimental, de patios arruinados llenos de cachivaches podridos”
Toda mi infancia resumida en una frase tenaz.
En Herazo encontré que la mejor forma de decir te amo es diciendo te amo y que la mejor imagen poética para el amor es uno mismo, he aquí uno de sus poemas viscerales:
Súplica de amor

Por mi voz endurecida como una vieja herida;
Por la luz que revela y destruye mi rostro;
Por el oleaje de una soledad más antigua que Dios;
Por mi atrás y adelante;
Por un ramo de abuelos que reunidos me pesan;
Por el difunto que duerme en mi costado izquierdo
Y por el perro que le lame los pómulos;
Por el aullido de mi madre
Cuando mojé sus muslos como un vómito oscuro;
Por mis ojos culpables de todo lo que existe;
Por la gozosa tortura de mi saliva
Cuando palpo la tierra digerida en mi sangre;
Por saber que me pudro.
Ámame.
Lector hedonico de Neruda, de Rimbaud, Baudelaire, Azorin, Hugo, Tostoi y hatsa del Joyce  de Finnegans Wake, también fue un descubridor de talentos; antes de que otros comenzaran a admirar a Bradbury, a Maugham, Guimaräes y a Onetti; Herazo ya los leía, y escribía con admiración y crítica sobre ellos.
Por eso para mi Herazo será siemrpe uno de los maestros y como homenaje utilizaré, sus mismas palabras cuando recuerda a Neruda, tan sólo para decirle, que su presencia sigue aquí, conmigo, para simpre:
“Oye, - Herazo- : Cuando estoy triste, cuando me falta una mano amiga sobre el hombro, cuando estoy cansado de ver calles y oficinas repletas de esclavos amarillos, cuando las voces y los rostros me disparan espinas, cuando estoy a punto de cometer una pendejada de puro triste, voy y abro uno de tus libros y empiezo a beber tu energía, tu terror, tu esperanza”
Yo siento la profunda necesidad de nombrar a Herazo como uno de nuestros secretos mejor guardados, debe hacerse un estudio, un archivo de divulgación universal de su obra, que los franceses, los japoneses lo conozcan y lo admiren así como sucedió, con Fernando Gonzalez Ocha, ese otro secreto colombiano, cuando Sartre lo propuso para los premios Nobel.
En todo caso -vuelvo a citar a Herazo-   es esta una aventura digna de intentarse. Pues hasta ahora -Herazo- es una incognita, una lujossa incognita de la (literatura) nacional”.



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