03 febrero 2011

Verdadero final de una pequeña y triste historia de amor.



A Bambuchas y Macarena con todo mi cariño.

Bambuchas mira el mar, su barba dorada tostada por el sol, el polvo y la impiedad de los días no muestra en lo más mínimo síntomas de agotamiento, por el contrario, su escaldada felicidad demuestra un orgullo anarquista que se ve coronado por los bigotes puntiagudos que se elevan acariciando la brisa.

Bambuchas no era así, era colombiano, ahora está en El Palomar. Cansado, sabe que es otro, que todo lo que había sido yace bajo un olvido de recuerdos, su cabello rizado se arrellana encima de su cabeza dominado por un corte ponkero que se injerta estéticamente a una trenza larga rastafarai que cuelga en su espalda sobre el ramazón de tatuajes que parecen ir y venir como las olas del océano que mira embelesado.

Bambuchas está sentando sobre las piedras del Palomar, está allí en la última de las piedras que se meten al mar como buscando ser parte de un pequeño muelle o de un coral que emerge con su lomo de serpiente, está sobre una de las últimas piedras que son estrelladas por las olas y que buscan ser un caminito travieso que se adentra en la tranquilidad, un sendero de buscadores de paz.

Quién iba a creerlo, ahora Bambuchas tiene la apariencia de un gitano, es un gitano y mientras mira absorto, algo quizás perdido en sus ojos, deja que el mar en cada reflujo le apacigüe los pies con caricias frescas del océano más tranquilo del mundo.

Macarena está a su lado, tiene una larga falda de gitana y unas cejas que se unen en su frente otorgándole el poder de una visionaria. Macarena es morena como la piel de los cangrejos pero tiene una vestimenta verde azul como el de las sardinas o los pavos reales.

Macarena es chilena y hace teatro, no tiene agujeros en las orejas pero si un pircing en la nariz, tiene los dientes blancos y gigantes para la sonrisa y una pancita lisa de cachorro. Macarena también ha olvidado lo que era, ha sido tantas cosas: artesana, traficante, burladora, actriz, caminante. Macarena tiene el mismo peinado de Bambuchas, el mismo corte de libertad y coraje, pero en los costados de su cabeza rapada hay trazos de runas, símbolos de una feminidad misteriosa.

Macarena tiene unos ojos de oráculo, de guerra, de amor. Sus ojos son las perlas negras del mar donde todos los piratas del mundo naufragaron.

Macarena y Bambuchas se sonríen aprobándose, concediéndose una compasión que va más allá del amor y la alegría, se consienten un silencio que habla de un sueño cumplido, de un por fin. De pronto, ambos miran hacia atrás, un gesto de penumbra los aborda, miran hacia la playa, saben que no viene nadie, que no va a venir nadie, pero han huido como si alguien los persiguiera siempre, por entre cinco países desertando, fugándose de nada, han recorrido todo un continente y han llegado al final, miran atrás como esperando que lleguen por ellos pero nadie viene y sin embargo no pueden dejar de dudar, una corazonada les oprime su errancia.

Ahora Bambuchas la reclama, la mira y ella entiende que él la sabe la mujer más guerrera y la más fiel y la más honorable. Macarena observa y comprende el pedazo de roca que a unos quinientos metros, frente a sus ojos, emerge del mar como la cabeza de una tortuga que se asoma a verlos precisándoles su destino y su perdón. Mientras Macarena da gracias a Dios por la noche más tranquila que está viviendo piensa que todo ha sido bueno y que a su lado está el hombre más callado y leal que haya podido tener.

Cinco países, desiertos, páramos, nieves, robos, atracos, cárceles, hambre, desvelos, miedos, desesperanzas, llantos, dolor. Ahora recuerdan todo aquello como si apenas hubiese sido un sueño, algo queda de la última estación; lo golpes del metal provocados por la volqueta carbonera son los últimos moretones que poco a poco se van desvaneciendo de la piel, atrás, en el platón del vehículo, abrazados como dos huérfanos, soportaron el horror que sólo puede resistirse viajando en la parte trasera de una volqueta que va vacía, con afán y sin consideración alguna hacia las minas de carbón del desierto. Cada resalto sobre la vía parecía sacarlos, en cualquier momento sus vidas podían salir disparadas contra el asfalto. Un viaje infernal que sufrieron con toda su carne.

Bambuchas mira los morados en los hombros de Macarena, ella le responde con algo de “no importa, estamos bien, hemos llegado, que es lo que contaba” y entonces Bambuchas le sonríe entornando los ojos como nunca antes lo había hecho.

Bambuchas mira de nuevo hacia la playa, observa los edificios derruidos y ruinosos de la parte histórica de la ciudad costera donde los extranjeros estarán hastiándose en drogas y prostitutas y sabe que allí no hay ya nada para ellos. La ciudad es una ruina resuelta para el placer de los extranjeros que huyen del invierno y las agotadoras jornadas de las ciudades industrializadas. Macarena mira la playa repleta de nativos que venden y revenden su alma al diablo buscando los dólares y los euros de los turistas, la ciudad es un jaranero carnaval de gentes naturales que andan entre las calles al rebusque de alguna monedita extranjera. Todo se pierde en estas ciudades insulares, desolaciones de un trópico dónde no existe la moral.

Bambuchas, se decide, le coge la mano a Macarena y resuelto sentencia: hagámoslo!, Macarena asiente y se abraza al cuerpo de Bambuchas.

Macarena y Bambuchas miran la noche, se miran, se dan un último beso y se lanzan al mar.

Poco a poco desaparecen sin dejar rastro.

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