17 febrero 2011

Caminando espeso


No reconozco la orilla de la miseria;
no me interesa salir de ella,
llegar hasta la arena de los socorridos
por su propio embalaje de lágrimas abatidas.

No reconozco sus botes salvavidas y
sus corrientes que arrojan arco-iris como canciones de gospel
sobre bosques de ahogados eucaliptos.

No reconozco el borde amable de las grietas
Pero si de sus dientes roídos por la soledad;
pocas veces he salido de sus costumbres remordiendo la sombra,
de su familiar gesto al aplaudir un llanto
o el verso que despedazo entre los sueños.

Reconozco cuando la mañana se echa arder entre la almohada
Y del calor que levanta la sangre como si fuera un incendio.

Afuera, enredado entre los cables de electricidad,
un zapato se volvió loco pensando en volar
pero esto no fue malo, dos palomas lo intuyeron nido
y ahora tiene tres huevos en su corazón.

Pero hay pulmones pesimistas,
Días que se adelgazan hasta ser solo lluvia
Y es por entre esos cachivaches de penas
Por donde busco a la guitarra
Que descubrió que era árbol.

Sin embargo hay payasos que mendigan en rojos semáforos.
Mujeres con senos sorprendidos ante la penumbra
Y de nada me sirve extender mis brazos en el parque
Para que los colibríes afanen las flores
De nada me sirvió plegar los años hasta contar con tu cuerpo
O abrazar a un perro como si fuera mi hijo.
De nada me sirve, ahora, mañana, citar sonrisas al espejo:
los vidrios de mi alcoba siguen teniendo la suerte de un mineral secuestrado
y las cinco de la tarde me siguen gritando con su crepúsculo herido.

Los ojos me llevan todos los días hasta un momento sin ganas;
Llevan en su girar un trompo desnutrido,
Una rueda con olor a vaca ordeñada,
el sombrero, las botas cansadas, el umbral esperando.

Pienso que tengo hilachas de tiempo sin zurcir,
Telarañas parecidas al sueño,
Vagos alambres, marchitos pañuelos,
Y un cuerpo que siempre llega a deshoras.

Manos que me despeñan por entre silbatos de ciego,
Que me habitan hasta construir tempestades,
Que me arrastran por entre cañerías y casas contritas
Suelen señalarme suicidas en los puentes,
Corazones agrietados dibujados en billetes de despedida
O apenas, caras tristes de zapateros hambrientos en las madrugadas.

Parece habitarme una brújula alucinada,
Conozco la dirección de hospitales donde los ángeles
Llegan con el rostro acabado y las alas desperdiciadas por humo,
Gerontológicos repletos de niños que se arrugaron de tristeza en el vientre
Y puertas que decidieron encerrarse con sus depresiones adentro.

Una sirena a veces alarma cierta procesión en mi llanto
Y miedos que insisten en escribir auxilio en las paredes
Me llevan de pronto, hasta la espera de siempre.

Una ocupación busco entonces:
Barrer los domingos,
Limpiar los silencios
Pero mis brazos se empeñan en hacerme un nudo en la espalda.

No tengo la dirección de cada estrella
Pero si sus noches de cielo-raso despierto.

A veces algo de dios me sacude
Un grito, una luna aterrada:
el rostro del mundo, su inocencia dormida.
Entonces
Dios y yo salimos
silbando canciones de cuna.

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