11 diciembre 2010

Vísceras



Habrá un día desmigajado:

Al medio día los rayos del sol

Se empalarán sobre las espinas de los cactus

Y no habrá miedo para tumbar de una pedrada

Al viento.


Un día con olor a carroña

Y perros revolcando su hocico entre las entrañas

de algo perdido en la basura.


Un día con número áureo descomponiéndose

En la concha de un caracol amnésico.


Sí…

Como quisiera ser una luz de cebo en lo abismal

Para tragarme a un dios ingenuo en la tiniebla.


Ya llegará!

Habrá un día donde los cuerpos floten en el lodo

Y una mariposa se arruine para siempre sin volar.


Te digo:

Yo tengo un chirriar de grillos escamoteando el silencio

Y un charco repleto de siniestros rosarios que croan al infinito.


Recuerda:

La vida tiene el peligro de una carretera mojada

Y por entre los matorrales un laberinto de indios

desenfundan cuchillos para acabar con los suspiros.


Habrá un día,

Un día eterno de sol o lluvia

Donde todos lancen su última jugada;

Donde escuchen premonitorios

La llegada de la nada

Con sus dos mil cabezas

Susurrándoles su espanto.


Cuando se presiente la muerte

Se tiene el poder de un oráculo

Impotente en su silla de ruedas:

A unos se les acaba el oxígeno

A otros el combustible

A todos

El aparato a cuestas

Se les viene encima

Para siempre.


Soñé?, no,

Viví,

Yo los vi

con sus trapos rojos devorando el miedo

y sus lechuzas aleteando sobre la cabeza.


Habrá un día con machetes erguidos

Buscando la parte más blanda del mundo

Y el amor entonces tendrá la cara pintada

Para que contrabandistas y borrachos

Le den un poco de ron y espacio en su tropa.


Mi nostalgia todavía inunda el tiempo

y como la misma muerte, va borrando,

Una a una, las constelaciones de cocuyos

Que poblaron cada telaraña de mi pastar.


Habrá un día de tierra curtida

Resbalando al primer tropel de truenos

Y un invierno de floripondios

Se llevará la memoria.


Lo sé;

de ojos y miradas lo supe:

una noche

en la orilla

Una Pantágora limpiando el pescado

Mientras arrojaba las vísceras a los ojos de los caimanes

Que alumbraban la playa como faros naufragados

Me dio el primer bautizo.


Desde entonces una melancolía de ahogado

conjura a mi Madre-agua.


Mi corazón es una vara hundida en el río

Que trae noticias de lo maravilloso:

de un zarpazo ahogando atarrayas

y cabellos flotando como peces

hinchados de susto a la deriva;

Nadie sale a pescar en la noche

A menos que tenga ganas de sirenas y silencio.


Por eso te digo:

Un beso que es destripado en mitad de la zozobra

No hace florecer los penachos de orgullo

en el pavo real que da cuerda a los relojes,

La ternura parece carne destazada arrojada a las fieras

Y un humo deshilvanado entre las ganas perdidas parece un gorigori.


Habrá un día reseco donde la palabra se arrastre

Y la voz silbe viejos corrales de espuelas masacrando;

Quizás te desnude y sobre tus senos dibuje una cruz

Y a la hora de los buitres asoleándose con sus alas extendidas

Parta tu cuerpo con un hacha

Como si de un mero leño se tratara

O quizás te cosa con cáñamo el tórax

Y te eche al mar como carnada.


Cualquier cosa:

Enroscar tu cuerpo en forma de cinta de moebius

O ensartarlo con gancho de carnicero un sábado

Con tal de no entrever tu lágrima

Pariéndose sola en la ventana.


Habrá un día en que las penas sabrán a hormigas tostadas,

Donde cambie mi esqueleto por ceniza

Y la ceniza viaje por fin, libre de la atadura de las venas.


Un día por fin con poesía de la autopsia

Desgarrándome las entrañas

Hasta encontrar el alma.


Habrá un día, te lo digo, te lo juro,

Que no tenga amanecer;

Con diablos repartiendo fuete a diestra y siniestra,

Con temblores meciendo la locura en su cuerda floja

Y caras de mí, desesperadas, empuñando sobre el pescuezo

una navaja sonriendo brillante.


Un día

Como este,

Te digo,

Quizás así.

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