23 noviembre 2010

Contando Tiernamente Una Cruel Leyenda



Ocurrió

que por aquellos días

todo era una curiosa felicidad

y los ojos ostentaban con delirio

el conocimiento de las cosas

sagradas e innombrables.

Ocurrió

que aquellos seres, pánicos,

terriblemente inolvidables

grabaron sobre la piel de la laguna

la historia inverosímil

de dos amantes

que habían desafiado

a aquel que habita

entre los colores indefinidos del rosicler

y en la sonrisa de los niños.

Eran épocas

asombrosas,

diferentes,

el olor de la guerra no era conocido

y la sangre se creía era cárdena

o transparente como el agua.

Ocurrió que nadie pudo hacer nada

y que después de aquello,

todos optaron

por los placeres del olvido

convirtiendo sus ojos

en cosas tristes y vacías.

Ocurrió

que aquellos hombres

pronto perdieron

la rebelión de los amantes,

de su historia y del ensueño.

Ocurrió

finalmente

la guerra

el empezar a nombrar las cosas

con palabras

artificiosamente falsas

y que todos

simplemente todos se convirtieran

con el transcurso de los años

en seres monótonos

ordinarios,

confusamente adiestrados

para ser alimento del tiempo y sus perfidias.

Fueron ellos,

para que lo sepan ustedes

que desconocen la verdad de esta leyenda

quienes nos desgarraron esta tierra

fueron ellos quienes

nos legaron

para siempre en la memoria

la prohibición de no soñar, de no decir,

de no gritar.

A esta realidad

es que debemos

nuestra tranquila entrega

a la desesperanza.

Que el olvidado señor

que habita el rosicler y la risa de los niños

nos perdone.

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