16 octubre 2010

SEÑALES DESDE LA OSCURIDAD




Carezco de palabras para acorralar tu cintura
y sin embargo me encuentro con que el mejor poema
es tu sabor de sueño dormido a mi lado sin palabras.


Yo vengo como pensativo desde la primera fotografía
y me dicen que viví cinco cumpleaños antes entre las margaritas
y unos nueve meses en un deleitable jugo de maracuyá y ternura.


Pero te susurro:
hay días en que está una soledad pastando entre la ruinas,
jugando a colgar el mundo de una idea que no tenga lunas nictálopes.


Mi mirada en esas ocasiones es un puchero de malgenio cejijunto
y entonces más me vale una pataleta de días lloviendo adentro
que un solar de llovizna tejiendo su canción de cuna en el tejado.


El aburrimiento a veces trepa hasta el alfeizar de la ventana
y se estira todo como un animal de sangre fría
que sale a darse un baño de sol en las mañanas.


Son días de culebras calentando sus anillos
para ajustarse caricias uno a uno entre tus dedos.


El dolor y mi angustia tienen las extremidades estropeadas,
arruinadas por la sangre y el sudor de las orquídeas
que se le pegaron a la piel como esperanzas
de un niño que jugó cruel con los espantos.


Pero suelo salvarme de esos naufragios.
Es por eso que en las auroras
siempre hay un sabor de mar entre tus labios.


Hubo mucho de Dios por mantenerme vivo:
la luz insistiéndome los días
y los días partiéndose en dos pedazos de pan como agasajo
y a veces, tu distancia como un compasivo juego de escondidas.


No un conejo de agujeros y espejos saltando a la imaginación
me hicieron cortejar la mujer velada en las crisálidas,
fueron las luciérnagas
con la exacta muesca de algarabía entre las flores dormidas
y el viento porfiando la falda de mi madre
colgada como un pastel de frutas en el patio
los que me conjuraron mi perdición
por los rostros de hembras parecidas al desvelo.


Yo supe de las telarañas sus prendedores moscas
y también del agobio que tejían hacia adentro las hormigas.
Perseguí en mi infancia resquebrajaduras que desaparecían sin rastro alguno
y vi recostados en un muro
hombres que echaban a rodar sus pensamientos
por una vieja calle de recuerdos.


Por eso en mi soledad la caña de pescar
siempre la arrojo contra la palabra que se sacude,
a veces la luna florece para dejar que tus ojos escuchen
y vuelve, de nuevo, desde el espejo más perdido,
un hombre a habitarme con ganas de aguantar el polvo.


Algo de vos en esos nubarrones
me pliega con cariño mi camisa de fuerza.
Las cucarachas más dulces de mi pasillo oscuro
me alertan de tu presencia como ante un terremoto
y sin saber bien cuándo
algo de nosotros dos vaga enamorado
como un dragón de nubes
que preña de flores las madrugadas.


Yo vengo de una edad
donde el amor era un músculo apretado
contra los zarpazos gimientes del destino.
Un jugo de azúcar me habita desde entonces.
No me abras el pecho mujer
porque se desbordaría otro universo,
no hagas más titilar tu señal de espantapájaros
en el maizal de mi despoblados cuervos,
ni lances a la noche tus buenos pensamientos
como salvavidas flotando en la marea,
quizás haya demasiada oración y amor en tus profundos ojos
pero esta vez no estoy en la distancia
sólo es mi costumbre de aguantar a solas
la enfermedad que desde niño
se me trepó hasta el alma como una enredadera.


No estaré acorralado siempre aquí,
en esta mugre de abatimientos sembrados de mala yerba entre mis ojos.


Abriré el portón de los días alguna noche
y tu sol como una selva poblada de extrañezas
estará allí siempre
para decirme que el dolor
es solo otra flor que le da por crecer entre las grietas.


Ese día abrazaré el poema de tu cuerpo
como un huracán feliz que levanta a la hojarasca
para hacerle sentir a todas su hojas marchitas
el sueño de ser por un instante
mariposas en el aire.


Duerme tranquila ahora
mi arrebato de alegrías
esta promesa de barro fundido
que me otorgó Dios para besarte
es la señal de un barco que navega,
desde hace mucho,
hacia tu tierra prometida.

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