30 septiembre 2010

INSTRUCCIONES PARA DEJAR MORIR A UN ÁNGEL



Pon 23 ángeles en fila
elige uno al azar
y dile que su hora ha llegado.
No le digas el resto,
sólo invítalo a seguirte
a caminar por la ciudad,
a mirar los edificios
o los desechables que ansían
una papeleta de bazuco
para volver al paraíso.


Déjalo que se detenga en todas partes,
que se refleje en los cristales,
que intente acariciar la cabeza de los niños,
que le dé sed
y sienta de pronto entre la boca
el sabor dulce de un mango que venden en la esquina.


Háblale de cosas cotidianas,
charla con él, cuéntale sobre su infancia,
sobre sus más preciados recuerdos:
confiésale la verdad de todos sus olvidos,
de su encierro,
del nacimiento de sus alas voraces,
de la aureola que le regaló un eclipse
y sobre todo
cuéntale
cómo fue que su cuerpo dolorosamente
se fue adaptando al abandono.


Haz que sonría
Cuando las nubes se apretujen
y deja que,
asustado,
te lleve debajo de un sándalo
creyendo que el perfume te salvará de la tormenta.


Prométele una noche tranquila
y dile que el pelo cano
es tan sólo la confirmación
de que todo fue verdad
y que ha envejecido.


Llévalo a una iglesia
consigue que pueda escuchar las campanadas
o el tic-tac de un reloj de cuerda
y espera que solo,
aprenda a comprender el tiempo.


A la media noche
invítalo a que se recueste sobre tu cama
y permítele que intente ofrecerte sus alas
o el tacto de sus manos como último recuerdo;
permítele también que deje escapar su último suspiro
y que cierre sus ojos pensando en que todo,
al fin de cuentas, fue bueno conocerlo.


Todos sabemos que un ángel nunca muere
pero qué importa
éste lo ha creído
y sería una ofensa no llevarlo al cementerio
o el no darle su justa sepultura.

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