24 septiembre 2010

AMAZONA



Esta Antianira reconoce la herida que produce el ósculo:

Ese extraño beso que se metamorfoseó

hasta derivar en un botón de algodón prodigioso

propicio para levitar mientras el cuerpo se despedaza.

Sabe de la desgarradura que va abriéndose paso hasta la víscera,

del agujero supurante que deja su tóxico amoroso y

de las largas treguas que la piel intenta en vano con la niebla.

Oscurecida por su decisión de beberse a sorbos el insomnio

reconoce bien el aletargamiento que precisa la memoria

para saber que muere

o de la piel estupefacta

enrarecida por esa palidez que procura sangre vehemente.

Su cuerpo es una artimaña que tramita

la nostalgia de cualquier caricia

puesta de improviso entre los sueños,

sabe recordarte que el mundo

es un caprichoso mausoleo que se fertiliza cada noche

en el nudo de las mariposas abrasadas por el fuego.

Andróctona famélica

exhibe con jactancia su bestial hermosura

apenas insinuada -entre la guerra-,

por un claro-oscuro que la endiosa en su oleaje.

Esta sacerdotisa sin pecho que amar,

gusta dejar al descubierto

con su sonrisa guasona

la debilidad de cualquier ojo

entornado hacia el azul de la ternura.

La hija de Uma acaricia siempre el alma hasta estrangularla

en el espejo de agua de su propia satisfacción;

se alcoholiza, besa, juega con lo arcos de las espaldas

y entierra su descarnado beso

con la única intención gustosa,

de ver como se derrama el alma

al pasar por el filo de su media luna deseosa.

Al llegar al alba, su sueño es un gran navío, tirano varado,

entre los dos océanos que enfilan las almas hacia cualquier vigilia,

su cuerpo crepita entre las olas destruyendo cualquier recuerdo

que hayan traído los ojos de la nada.

Su gemido en las mañanas parece

el desfloramiento de un mar inhóspito y virgen.

Mi vida también ha sido una red cicatrizada por su sopor infestado.

Mi frágil efusión de arcilla, consorte de su capricho, también ha sufrido

el vértigo de su pasión puesta a andar de repente

en los lugares menos presentidos.

Amazona reverberante, animal tricéfalo:

Luz, belleza, simplemente fuego.

Ejecutada tu caricia o perpetrado tu beso

los Gargarios acezantes de tu desnudez

hemos aceptado el ademán negro y auspicioso de tu suerte.

No miento,

la muerte muchas veces quiso semejar tu cadera para seducir al universo.

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