10 enero 2018

EL HOMBRE QUE FUE UN RÍO


Ernest Hemingway y el secreto de su narrativa breve


   Las obras de los grandes personajes —sus textos— las puedo examinar como las obras de cualquier persona
ELIAS CANETTI

El 14 de marzo de 1947, Pavese escribe: "Hemingway es el Stendhal de nuestro tiempo"
ELIAS CANETTI


Hoy en día son muchas las ediciones en español que podemos encontrar de los Cuentos Completos publicados en vida por Ernest Hemingway. Las versiones difieren enormemente, las censuras descomunalmente y los errores no dan tregua a diestra y siniestra. Sin embargo, quienes (traductores, editores y editoriales) se aventuraron en esta tarea, lograron recrear un mundo narrativo casi mitológico. Algunas compilaciones se dedicaron a extirpar de aquí y de allá el personaje emblemático de Nick Adams, el alter ego, ese protagonista autobiográfico en suma, que figuró en más de 24 historias y en tan sólo 16 de las 49 conocidas popularmente. El acierto, imaginado por los editores norteamericanos con el nombre de The Nick Adams Stories y vertido, por primera vez, al español por Emecé es una de las más llamativas recopilaciones.

Hubo otras compilaciones que buscaron aglomerar la narrativa breve desde ópticas más heterogéneas; la de Santiago Rueda en 1948, que apareció con el título de La vida feliz de Francis Macomber y que sirvió de base para que Luis de Caralt se atreviera en tiempos de censura española a publicar la primera colección, para España, de los cuentos de Papá bajo el nombre de Las nieves del Kilimanjaro. Tanto la versión argentina como la Española se limitaron a una presentación reservada de En nuestro tiempo, y de unos pocos cuentos que no pertenecían a ninguna de las tres primeras colecciones publicadas por Ernest, pero que este había incluido en su antología de Los cuarenta y nueve primeros cuentos en 1938.

En la edición argentina aparecían las viñetas de En nuestro tiempo, pero en la española estas desaparecieron por completo. Otras reproducciones se confinaron al mundo de la guerra, tal es el ejemplo de Bruguera que en 1980 diera a conocer al público de habla hispana el libro de Cuentos de guerra, traducido por Félix della Paolera. Otros se esmeraron por dar a conocer el mundo de la caza y la naturaleza y los más osados intentaron antologías fantásticas donde agruparon en varias temáticas el mundo narrativo de Hemingway.

Todas las versiones han ambicionado con profundo esmero la presentación más generosa del autor norteamericano. No creo, que esto sea un defecto, gracias a estos libros hemos podido conocer la literatura, el estilo, los temas, el realismo y el entusiasmo con el que Ernest lograba sus mejores relatos. Gabriel García Márquez quizá haya leído alguna de estas mutiladas colecciones y como tantos otros autores lo amó o lo odió reconociéndolo como influencia y alejándose de él, a su tiempo, quizás por su repetición.

Hoy, gracias a Lumen en el 2007, y después del olvido en que cayó la versión completa de Jordi Arbonès para Edicions 62 en 1971, y por último, reconociendo el empeño realizado por la re-edición de la editorial Penguin Random House en 2010, y sobre todo, al genio de Damian Alou, pudimos tener las versiones al español más completas de ese hermoso libro que Hemingway ordenó en 1938: los 49 relatos y las 15 viñetas, que consolidaron el éxito de la narrativa breve de uno de los grandes de la literatura del siglo XX.

No obstante, el lector que se acerque a este maravilloso libro no podrá saber, por qué los cuentos se organizaron en esa disposición y que cuentos pertenecieron a tal o cual de las tres colecciones que en vida publicó Papá.

La verdad es que no existe todavía la versión al español que nos dé esa claridad, lo que si podemos, es ir al tomo original: The Fifth Column and the First Forty-Nine Stories. Por el prefacio, que Ernest mismo escribiera, sabemos que los cuatro primeros cuentos: La corta vida feliz de Francis Macomber, La capital del mundo, Las nieves de Kilimanjaro y En el muelle de Smyrna, fueron los últimos que escribió para esa colección, también tenemos noticias que Allá en Michigan, fue el primer cuento, escrito en 1921, y que El viejo en el puente, fue su último relato elaborado para esa recopilación y cablegrafiado desde Barcelona en 1938. 

El resto es historia; los siguientes 15 cuentos con sus respectivas 15 viñetas o ficciones sin nombre son En nuestro tiempo, los siguientes 14 conformaron la colección Hombres sin mujeres y los restantes fueron los relatos que hicieron parte del volumen El ganador no se lleva nada. He ahí el gran misterio revelado y que por razones que desconozco no ha sido utilizado por las editoriales de la lengua española para dar a conocer la colección de los cuentos desde la visión original que publicó Scribner's en 1938. Uno piensa que Ernest organizó sus cuentos de alguna manera cronológica o temática pero la verdad es que sólo se dedicó a poner sus tres primeros libros en el orden que salieron y anteponer a ellos unos cuantos relatos que le sobraban.

Ni siquiera la edición de Silvia Querini para Lumen logró introducir ese orden real o, al menos, el prefacio que hiciera Ernest, en su lugar, decidió incluir, como palabras liminares, la reminiscencia que escribiera en 1981 Gabriel García Márquez. Este hecho no desmejora el libro, antes, lo eleva a una joya. La estampa que traza Márquez es increíble y sincera.

Pero para un autodidacta obsesionado con las lecturas más fieles a un original, tales publicaciones no logran satisfacer la demanda impuesta por una curiosidad afanada por descubrir los entresijos; esos tornillos de los que habla el nobel colombiano y que al reconocerlos propiciarían una verdadera guía para el entendimiento de una de las mentes más atormentadas y geniales de la literatura moderna.

No soy un profesional en estudios literarios, no tengo un título en literatura, pero mi amor y mi necesidad de estudiar me han llevado a convertir el acto de leer en una ocupación casi de tiempo completo. Esta pasión autodidacta aunada a mi profesión de esclavo de las humanidades me ha permitido desde la psicología y la pedagogía investigar y observar en los libros y en la literatura en general temas dados a la didáctica, a la orientación y al estudio del comportamiento humano. Con esto quiero decir que mi acercamiento a un libro siempre ha tenido que ver con el placer y con la necesidad de compartir y sugerir, de ampliar y revelar, de crear y posibilitar tanto en mí como en otros un acercamiento cada vez más interesante y maravilloso hacia una de las actividades más lúcidas de la historia humana.

Después de haber indagado sobre el verdadero orden de las historias y de reconocer en ellas su cronología, me aboqué por completo al mundo de Ernest. Quería saber qué lo hacía tan especial en el género del cuento. Vargas Llosa hizo unas semblanzas sobre The sun all rises (mal traducido al español con el título de Fiesta) y The Old Man and the Sea (bien traducido al español como El Viejo y el mar), en ese hermoso libro de ensayos titulado La verdad de las mentiras, donde fue generoso y hasta halagador con Papá, lo mismo ocurrió cuando Herman Hesse leyó En nuestro tiempo, más allá de alabar al hombre, insistió en que el libro había logrado ponerse a la altura de las aventuras de su creador y que a pesar del mecanismo de moda que había copiado de Dos Passos, con las viñetas, el libro era bueno. La gran mayoría de estudiosos han visto en Hemingway, sobre todo, a un hombre que utilizaba un lenguaje muy empobrecido, Ernest llamó a ese defecto la torpeza que hacía posible su estilo, otros señalan su constante repetición y la mayoría insiste en una invariable autobiografía. Lo que sin duda nadie niega es su genialidad a la hora de escribir diálogos, hasta él, se jactaba de haberle enseñado a Gestrude Stein de escribir verdaderos coloquios. Pero, hay, sobre todo ese tumulto de admiraciones y críticas, el reconocimiento a su As bajo la manga, ese consabido Iceberg que le nació como una historia en su diario a los 10 años y que se fue convirtiendo, con los años, en una de las teorías más firmes y más honestas para contar una verdadera historia.

Los primeros intentos de Hemingway se concentraron en elaborar ficciones que de alguna manera buscaban reunir de la mejor manera posible y con las palabras más adecuadas, acontecimientos traídos a su memoria y que tenían toda la intención de ser grandes historias realistas. 

El libro es apenas un vestigio de lo que pudo recuperar de la maleta perdida en Europa con todo su trabajo. Tres cuentos y diez poemas, contó con 300 copias, publicado en 1923 por McAlmon, el primer amigo que creyó totalmente en Papá. Allá en Michigan, es el relato que evoca el paisaje de las vacaciones que tenía en los lagos superiores con su padre, lo que nos da entender que Hemingway trabajó en su literatura con lo primero que tenía a mano: su infancia. En este cuento notamos la obsesión por detallar la atmósfera que el niño había sentido. El cuento está escrito en tercera persona por un narrador omnisciente; es el fantasma infantil de Hemingway que se hace al lado de aquello que sabe es una historia triste de pasión y amor. 

El mundo de los indios, el paisaje del lago y los herreros volverá en muchos de sus cuentos y será uno de los grandes temas mejor elaborados en sus historias breves. El segundo cuento; Fuera de temporada, es un ensayo intenso por retratar, en ficción, su presente o su vida más inmediata. El tema, que pasará también a merecer gran atención en muchas otras historias, está circunscrito a las tensiones que se dan en las relaciones de pareja. Esto sólo deja en claro algo: la necesidad de comprender su mundo de adulto, de desentrañar los sentimientos que conllevaban al joven Hemingway a estar o no con una mujer determinada. De nuevo, la atmósfera será el decorado preciso para detallar la presión, la irritación, la perturbación y el desamparo. El último cuento de este primer libro es El viejo, me atrevo a afirmar que este sólo nació como un reto. Hemnigway quería demostrar que podía estar a la altura de uno de los mejores narradores norteamericanos de su tiempo. Quería escribir una historia que reuniera los mismos temas de Sherwood Anderson. En 1921 Anderson dio a la luz el hermoso libro de cuentos Triumph of the Egg (El triunfo del huevo) donde se dio a conocer con uno de los más famosos relatos: Quisiera saber por qué, relato donde nos da a conocer el mundo de las carreras de caballos. La fascinación que debió sentir Hemingway por ese cuento y por el estilo de Anderson debió ser tan profunda que lo llevó a escribir El viejo.

Hemingway no fue un escritor original, esto ya lo ha dicho, por ejemplo, Gore Vidal, al afirmar que toda la literatura del autor de Fiesta venía de Stephen Crane y hay quienes dicen que sus primeros escritos fueron sólo una sátira a Sherwood Anderson, pero la verdad es más profunda. Siendo joven se dio cuenta que podía copiar, no calcar, estilos o momentos que estaban siendo descritos por otros. Toda su vida fue un demostrar que podía escribir mejor que otros sobre un tema determinado. Primero contra Anderson, segundo contra Fitzgerald, tercero contra Dos Passos y Crane y cuarto contra Pio Baroja. ¿Qué significa esta ambición? Sencillamente que Hemingway fue un hombre de su tiempo conviviendo con otros hombres de su tiempo que eran testigos y escritores y que buscaban retratar o dejar registro de lo que estaba sucediendo. Hemingway entendió ese hecho y se hundió en esa misión con una entrega más rotunda y llena de coraje que los demás.

Cuando llega a Europa, se da cuenta de eso que Gertrude denominó como la generación perdida y él, astuto, lo convierte en el material perfecto para crear historias, antes había sido la guerra, el desamor y la infancia, después de los años de la errancia literaria y de la edad dorada de los escritores exiliados, vuelve a ella, en España y otros lugares de Europa actuando ya no como soldado sino en el papel de uno de los más célebres corresponsales; cuando ha logrado su canto de cisne como retratista de su tiempo, de ese siglo XX convulso que comenzaba en el embrión edénico de las provincias y que caóticamente se vio envuelto en las guerras más crueles de la historia de la humanidad, se dedica a su canto personal , aquí es donde gasta sus postrimeros cartuchos y por eso, lo último en lo que logra concentrarse es en el mundo pasado y feliz de los toros, los safaris y la pesca.

Era un hombre que miraba lo que otros hacían, pero él buscaba hacerlo mejor, era como si se dijera: puedo escribirlo mejor o, eso que vi y ellos vieron, lo puedo convertir en la mejor historia jamás contada. Nunca estaba a  gusto, por eso sus temas se repiten una y otra vez en sus cuentos, vuelve a los argumentos como si su literatura fuera un ensayo hincado en los filamentos de aquellas improntas y traumas personales. Se pasó la vida buscando, con ello, perfeccionar su iceberg, su testimonio vital, remolino dispuesto para caer con más ímpetu en lo que el mundo conocería como sus contadas obsesiones.

Llegados a este punto, uno podría dejar de un solo manotazo la literatura de E. H., a un lado, pero sucede que es el tratamiento tan sensible y a la vez tan imparcial que se encuentra en cada relato lo que hace que los lectores no pasen desapercibido a aquel hombre que solía irse a arriesgar su vida como si sólo así le fuera posible escribir.


Un dato interesante es que esos traumas en lugar de perturbar los puntos de referencia para comprenderse en su mundo sirvieron como fuerzas reprimidas, y con los años metabolizadas, para dar con asuntos ineludibles de su estar en la historia. La pérdida del paraíso infantil (del lago, del trato de su padre con la naturaleza y los indios, de la relación con los colonos y los oficios de un hombre del bosque que pesca y caza para encontrarse con los primeros instintos de la humanidad), se convierte en el acicate furibundo para volver a los recuerdos más intensos de un personaje capaz de enfrentar su entorno y salvar sus nostalgias como si se trataran de reliquias perdidas, buscando, de la manera más honesta, crear una grieta en el universo para mantenerlas incorruptas. Allá en Michigan; Campamento Indio; El médico y la esposa del médico; El fin de algo; El vendaval de tres días; Diez indios y Padres e Hijos, son los cuentos que dan cuenta de esta nostalgia. Pero serán La patria del soldado y El río de los dos corazones, los cuentos que condensen con mejor sentimiento ese descubrimiento de la melancolía y la añoranza por el lar. 

No obstante, cuando se llega a Ahora me acuesto, comprende uno del todo a Hemingway. Este, más que un cuento es la teoría de su escritura, allí está la concentración de toda una época convulsa y sin destino con garras puestas en el aire, desesperadas por encontrar un agarre. No sólo descubrimos una de las técnicas más sobresalientes para ejercitar el punzón de la memoria sino que en ese personaje angustiado por morir, si llega a dormirse, damos con el prototipo existencial del ser humano aplastado por la aflicción de una edad perdida y por las consecuencias de unas decisiones que lo llevarán a asumir otro destino. Es el cuento teórico y de más profundas claves para dar con lo que hizo al escritor. Hemingway se confiesa.

Luego retomará la herida en la rodilla; la ida a la guerra. Ese soldado que regresa, será el origen de todos los elementos del dolor, desde allí no nos encontramos con el adolescente que vuelve a su casa, madurado a la fuerza sino que damos de golpe con una experiencia que catapultó y envejeció  a Hemingway.

La herida es la raíz de donde salen los relatos que estudian el desamor, la soledad y la incapacidad de generarse un destino. Los cuentos: Un relato muy breve; El revolucionario; En otro país; Una sencilla indagación; Dios le conserve la alegría, caballeros; Tal como nunca serás; Una historia natural de los muertos y casi todas las viñetas de En nuestro tiempo, retratan esa pugna por darle sentido a una aventura que le valió toda la madurez. Uno de las imágenes más recurrentes de este período es aquella del campo repleto de muertos, imagen que logra fotografiar con una crudeza tal que es capaz de mostrarnos la frialdad de la guerra en todo su apogeo.

Luego vendrán los temas del agotamiento, los temas que parecen encomiendas o trabajos de obligada crónica, pero entre estos y aquellos, que generalmente tienen que ver con la caza, el boxeo, los toros, los viajes por Europa esquiando o pescando, y que sólo demuestran el diario de un hombre obligándose a encontrar un nuevo trauma narrativo, están los más bellos relatos jamás logrados, cuentos que escapan a su amordazado realismo y disciplina por historiar la vida. Son los cuentos de la ficción absoluta, aquellos que podríamos denominar como fantásticos y donde el artista es un dios. Son las cosas nuevas, puestas en el mundo. Cuentos como Los asesinos; Hoy es viernes; Un día de espera; Un canario para regalar y Colinas como elefantes blancos, escapan a toda lógica del estilo del conocido norteamericano.  

En Los asesinos condensa la fábula y el crimen, en Hoy es viernes, sintetiza uno de los más grandes hechos históricos, la muerte de Jesús, logrando una historia fantástica, inigualable, de la manera más sarcástica, y en Un día de espera, se redime con Kafka. En los dos últimos: Un canario para regalar y Colinas como elefantes blancos, le guiña el ojo a Chejov. He aquí el Hemingway creador, demostrando con su estilo toda capacidad para escribir como cualquiera.

Un hombre que no era escritor pero que a fuerza de querer demostrarle a ese mundo en el que le había tocado vivir, que si era capaz, hizo posible una escritura no tosca como dicen muchos, sino verdaderamente honesta. 

Cuando no pudo más, cuando todo lo había sacado ya de él y no le quedaba otra cosa que morir, lo hizo: Él último cuento, el del escritor que ha quedado vaciado, sin una gota, que se ha entregado totalmente y que logra crear el mito del escritor consumado no a la literatura sino a la vida.

Hemingway fue el personaje verdadero de Ahora me acuesto; aquel que para poder dormir comenzaba a inventariar cosas, lugares, mujeres, etc., hasta quedar exhausto cayendo en un sueño profundo. Hemingway lo hizo hasta el punto donde no pudo más, donde, como dijo el personaje de ese cuento, ya no fue capaz ni siquiera de recordar sus oraciones.

A diferencia de Canetti, Hemingway no se me resbala de las manos como agua, en el sentido de no lograr abarcarlo o contenerlo por atención o placer. A diferencia del maestro Canetti, Hemingway se me resbala de las manos como agua, como todo un río, hasta la última gota, tal y como él siempre quiso serlo en las manos de todos los lectores: ese río de los dos corazones, infinito y nostálgico, embravecido y honesto como lo fue toda su literatura.


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