23 julio 2011

DIATRIBA CONTRA LOS FALSARIOS




Hay un error común en nuestra época y en todas las épocas de la historia, dicho error compete a la incrustación soberbia de un deseo que históricamente ha entablado una visión amorfa o distorsionada del universo moral y ético entre los hombres. Definirla es casi imposible más puede describirse bajo calificativos que den una idea de su significación y de su alcance perpetrado en las troneras más ingenuas del alma. 

La envidia y la emulación hacen parte directa de este juego perverso con que los hombres han buscado defender su orgullo, su improductividad y su falta de talento. Por un lado el deseo de algo que no se posee es una manifestación natural del comportamiento y la imitación y el deseo de igualar o inclusive, superar estas carencias, ha enriquecido los sentimientos del ser hasta el pináculo de generar creencias y prejuicios y en ciertos casos, perjuicios que ulteriormente han  conllevado a una división de castas espirituales en cuanto a las destrezas y habilidades.

Esta clasificación también ha demandado un protocolo que cada generación, atenta a las figuraciones de su propio desencanto, se ha encargado de enriquecer hasta convertirla en reglas de una urbanidad empotrada en el alma del talento.

No obstante se le dice al hombre como debe comportarse si tiene o no talento. Hay una etiqueta básica de conducta tanto para aquel que carece de un don como para aquel que "por gracia de dios o el demonio" como decía García Lorca,  le ha sido concedido.

Así y no de otra manera en la actualidad como en el pasado la figura del ángel rebelde, del talento sin vergüenza, es discriminado y en consecuencia sus acciones son tomadas como gestos vulgares nada agradables de un “alguien” que no hace honor de la responsabilidad que carga.

En síntesis, la posesión de un talento debe estar acorde a un determinado comportamiento social o grupal, a una tendencia cultural que mide, por esta capacidad de proceder social, el mismo don.

Pero este gesto despectivo hacia la existencia desordenada o irregular respecto al imaginario que debería comportar un talento frente a la sociedad se debe al hecho mismo de quienes promulgan este carácter. Los personajes que carecen de dicho talento se oscurecen y por lo tanto, su obsesión por tener lo que es natural a la genialidad, los lleva a idolatrar la habilidad faltante hasta el punto de que en su obcecada terquedad por conseguirla creen que sólo es posible merecerla a través de comportamientos hieráticos, rectos, enclaustrados a una vida casi mojigata y célibe.

Codearse con este tipo de gente concede instantes de comicidad sin par. Agrupados al sentimiento descalabrado  de sus ilusiones juegan con situaciones sociales donde sus ensayos dejan en claro el propósito disparatado de sus privaciones. Sus eventos sociales se apretujan bajo cromos estilizados que ensalzan determinado arte o ciencia y donde predican el urbanismo de cómo comportarse ante esos dones.

No son personas malvadas, viven bajo un soberbio sentimiento de ira aplacada por el escudo de la envidia y la impotencia. 

Esta categoría debería denominarse con el título de "Los Salieri de la humanidad". Al igual que el resentido compositor, los hombres y mujeres que construyen un código de honor respecto a la admiración por determinado talento los lleva a pensar en los aspectos hieráticos del oficio que pretenden en lugar de cultivar o pretender hacer germinar en ellos dicho sueño.

No escasean del todo de talento pero si de la “inspiración auténtica”, esa característica fundamental que Coobs le menciona en la cafetería a su iniciada arquitecta en la película Inceptión y que determina la genialidad y ulteriormente el librepensamiento de una mente sublime.

Para los salieris este noción originaria del talento no es comprensible, para ellos la mejor sentencia sobre el don está signada a la frase de Flaubert que solía decretar  "que el talento no es más que disciplina".

Para Salieri, Mozart era un vulgar con talento, como para la burocracia británica Wilde no era más que un dandy despreciable y homosexual, así como Dalí para los españoles, Poe para la crítica Norteamérica o Becket y Joyce para los irlandeses.

Los salieris se escandalizan ante estos monstruos, ante estas ordinarias criaturas que poseen lo que ellos tanto envidian y tiene todo el derecho para alborotarse.

Es claro este gesto, no cualquiera se banca a un genio que en cualquier instante le da por soltar carcajadas y comportarse como un niño o un ebrio. Fernando Savater decía que "los libres pensadores eran aborrecidos cuando estaban vivos por sus contemporáneos". Al parecer tiene razón, a las personas les es difícil razonar con un alguien que tiene talento pero que vive tan despreocupadamente como si no lo tuviera, esta falta de decoro es imperdonable. Al respecto y para ser más explicito citaré las palabras de Savater, dichas ante el auditorio de la Fundación Juan March en su conferencia “El librepensador”:

 “me gustaría que hiciéramos una cierta comparación entre lo que fue ser librepensador en la época clásica de libre pensamiento, que nace con la ilustración, con el XVII y en que sentido hoy podemos seguir hablando de un libre pensador, del librepensamiento y hasta que punto deseamos y admiramos a los libres pensadores porque hay mucha gente que admira los librepensadores del pasado pero detesta los del presente y cuando se habla del libre pensamiento, pone los ojos en blanco si se está hablando de los enciclopedistas o del pasado pero en cambio cuando se encuentra o se tropieza así en vivo con un  librepensador actual, les parece un personaje detestable, subversivo, peligroso, ambiguo y todo lo demás”

La conclusión es reveladora: “No ha todo el mundo le gusta los libre pensadores cuando se los encuentra en vivo y en directo”

¿Pero por qué no les gusta?, pues precisamente por que detestan esa desparpajo con el que una persona de talento va por la vida.

Es evidente que para los Salieris el talento no es algo que se improvisa, la manía de los que pretenden un talento se basa en ir por la vida dejando a un lado la vida, en tener un menosprecio absoluto por las cosas simples, por lo ordinario y lo vulgar, por poseer un odio acérrimo contra los comportamientos impulsivos y naturales y por mantener una obsesión por la disciplina como único salto de fe para poder tener el genio.

La no comprensión del hombre de talento está signada por aquellas personas que se sientan y se obligan a escribir, pensando, que así podrán lograr lo imposible sin reconocer que quien se obliga a algo, de hecho, ya está dando por sentada su derrota.  Obligarse a escribir es sin duda demostrar que no se sabe escribir.

Quien sabe que tiene un don, no se preocupa por él, por pulirlo, por pasar horas y horas intentando ser, a través de su talento, algo genial. Sólo espera sus crisis  creativas y se aliena del mundo cuando le llegan, para ser otra cosa, el médium, el artesano de lo imposible. La persona con un don sabe que lo tiene, que puede en cualquier momento demostrarlo y utilizarlo, que es algo innato en él,  a veces es hasta una maldición porque cuando le es necesario lo enferma del mundo, lo enloquece, lo obliga a consumar un rito obsesivo, maniaco y torturador.

Por eso el hombre que tiene un talento se comporta como se comporta, porque decide vivir, sentir hasta el hastío la vida. Un hombre con talento innato se despreocupa de su talento porque quiere conocer otras cosas, quiere vivir con intensidad otras cosas de las cuales carece y poco le importa si debe o no comportarse adecuadamente para conseguirlas.

Por eso a los Salieris, a esos falsarios que viven a acorazados en una catapulta de desprecio y conducta despectiva total ante personalidades simplemente geniales, es conveniente, entonces, citarles un párrafo del escritor Javier Marías que sufriendo este mismo percance en su defensa arguyó:

“Para aquellos que ven falsedad entonces en aquel que tiene talento pero se comporta como un idiota, que parece falso al contradecir su don con su personalidad, a los que observan la personalidad de un hombre así como un acto que no es confiable es necesario entonces decirles al oído que lo más importante no está en el hombre que perplejamente deja por el suelo aquello que es su genio, la vida de un genio poco importa, lo verdaderamente importante se establece en la admiración por lo que hace con su don cuando lo utiliza el resto es mortal y como mortal debe ser dimitido.

Vale más aquel que teniendo talento no va por la vida diciendo o aparentando una disciplina espantosa para demostrar que lo tiene, que aquel que se la pasa tras una máscara de rectitud y alabanza idiota incomprensible hacia aquello que no puede, que no logra ser”.

Creo que Marías lo dijo todo sin embargo debo completar: para aquellos seres que no logran comprender y aceptar al genio y que se pasan la vida como el Salieri de la película Amadeus, debo decirles que el inconveniente de su vida se establece por su misma actitud egoísta de no aceptar lo inevitable.

Borges solía decir que "un gran escritor es aquel que escribiendo hace parecer todo sencillo, porque cuando algo esta muy bien escrito no sólo es sencillo sino inevitable".

No hay misterio en una persona con talento, no hay que crear una etiqueta o un protocolo, la vida está muy divorciada del talento aunque las dos se enriquezcan mutuamente. El comportamiento extravagante de una persona genial nada debe alarmar. Estas personas son simplemente seres que dejan a un lado la seriedad y la frialdad de las etiquetas porque como niños buscan asombrarse de las maravillas que tiene el mundo y no de la formalidad y parquedad de este. El talento es algo que está, que nace, que es auténtico y que no determina el comportamiento de quien lo tiene,

Los Salieris deberían recordar que “No todo rostro serio es razonable”, deberían aprenderse de memoria este aforismo de Lichtenberg, deberían poner esta frase ante el espejo para leerla todos los días a ver si así comienzan a sonreír ante los disparates de los genios y a comprender que la verdadera falsedad no está en quien se comporta como si fuera un idiota con talento sino que la verdadera “imbecibilidad” está en pretender pensar que un talento debe comportarse de tal o cual manera.


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